Y es que, como dije anteriormente, la final de la Sudamericana se perdió en el Azteca. Los errores nos hundieron y, gracias a ellos, se viajó a la Argentina con una misión dificilísima y, sobre todo, con una gran presión derivada de la obligación de ganar por una diferencia de dos goles. Todo eso se pudo evitar sencillamente.
Anoche su servidor estaba realmente tranquilo, sabía que, si bien el América ganaría, resultaría extremadamente difícil que quedara campeón, sin embargo lo tomé con mucha calma. No les negaré que me emocioné mucho (afortunadamente hay calor, muchísimo aún, en mi pecho), máxime desupués del gol del "torito"Silva, pero sabía que la presión sería brutal, asfixiante, y que, muy en el fondo, el equipo merecía quedarse con las manos vacías luego de los errores cometidos en la cancha propia. Mi tranquilidad y hasta indiferencia -llegué a considerar la opción de no ver el partido siquiera- se debió, sin duda, a la buena cantidad de bilis que derramé el viernes pasado en el Coloso de Santa Úrsula. Cuando tu equipo pierde bien, es decir, cuando le pasan por encima, le ganan en todos los aspectos, limpiamente y sin excusas de ningún tipo, te quedas triste, es verdad, pero sereno pues viste que, sencillamente, tu cuadro fue superado; cuando tu equipo lucha y lucha, mete, pone y no alcanza, te quedas inconforme, sí, pero relativamente satisfecho pues viste que se mataron en la cancha y lo dejaron todo; pero cuando el equipo de tus amores comete errores GARRAFALES, INFANTILES y DESCOMUNALES (como los del América en el partido de ida), y encima muestran inclusive cierto temor ante los los jugadores rivales y el propio árbitro (recordemos que luego del golpe de Matellán a Davino nadie, ni el propio Duilio, fueron a reclamar al argentino, lo mismo cuando la dura entrada a Cabañas), o sea, se dejan amedrentar, realmente te molesta, entristece y, sobre todo, te desilusiona. No se puede permitir que vengan a tu cancha a pegarte y quedarte como si nada y hasta espantado. Fue eso, y no otra cosa, lo que me hizo ver el partido de anoche con una resignación chicha.
Por otro lado, desde que terminó el juegode ayer he pasado largas horas tratando de descubrir qué diablos pasó por la cabeza de Lucas Castromán cuando entró a la cancha. Este jugador argentino procedente de Vélez Sarsfield de Liniers (salió de ese quipo porque tuvo problemas con LaVolpe y ya antes había llegado a los golpes con compañeros en repetidas ocasiones, una de ellas con el loquito Gastón "el gato" Sesa, aquél que por una inexplicable patada a Rodrigo Palacio en cancha de Boca desapareció del futbol argentino), entró sencillamente a hacerse expulsar. Simplemente no lo entiendo. En toda la temporada no hizo ABSOLUTAMENTE nada bueno, antes bien, dio muestras de su pésimo desempeño (como aquella ocasión en que se hizo expulsar absurdamente en Quintana Roo contra el Atlante) cada vez que entraba al campo. Ojalá que se regrese a su país o, como ellos dicen, se vaya a la concha de su madre...
Lo único bueno de anoche, hay que decirlo, fue la actitud. En esta ocasión sí mostraron las "amígdalas" que todos los aficionados queremos ver. Si hubieran jugado el partido de ida con la mitad del pundonor, caracter y determinación que mostraron anoche, la historia habría sido muy distinta. Pero no, la final de la Sudamericana se perdió en el Azteca. Más nada.
Beto.
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